Así le paga el diablo a quien le sirve

La flamante jefa de estado del Perú, Dina Boluarte, quien desenrollando alfombras al paso de su jefe alcanzó al puesto de vicepresidenta, y después sacándosela a éste de abajo de los pies llegó a ser presidenta, está sintiendo ahora cómo inesperadamente se mueve el suelo debajo sus pies.

Cuando el presidente Pedro Castillo, fue sacado del puesto, ella se prestó a sustituirlo, saltando de la bancada del pueblo a la de los políticos delincuentes que se han robado al Perú.

Con una constitución esculpida sobre la base de los intereses de clase, Perú es hoy una triste mueca de democracia, un chiste para la historia.

El único país del mundo que ha tenido en poco más de un lustro seis presidentes, de los cuales 4 han sido arrestados y uno se quitó la vida antes de que le pusieran las esposas.

Las elecciones en Perú no valen absolutamente nada. La decisión de los votantes es válida hasta que el Congreso, que representa los intereses de la oligarquía, lo decida.

La última esperanza fue Pedro Castillo, un maestro rural que salía de las entrañas de pueblo y conocía como la palma de su mano los sufrimientos de éste porque los había vivido. Sabía por dónde estaban los caminos por dónde sacar hacia delante su país. Pero como dijo una vez Pablo Neruda refiriéndose al golpe de estado de República Dominicana en el 1963, “no perdonaron los buitres a un presidente honrado…”

Desde antes de asumir el poder la derecha peruana comenzó a orquestar su destitución. Primero trataron de ilegitimar los resultados de las elecciones y luego se lanzaron como polillas sobre madera buscando de qué acusar al nuevo mandatario. Para legitimar su desvergüenza contaron con la complicidad de la vicepresidenta Dina Boluarte.

Como era de esperarse, el ciudadano de chancletas que eligió a Castillo como su esperanza salió a la calles a reclamar el respeto a su voto. Boluarte entonces se prestó para gendarme y en las calles del Perú miles fueron apresados y decenas murieron cruzados por las balas o a fuerza de golpes y porrazos.

La mafia política del Perú la necesitaba a ella, no quería ser el escudo ni el objetivo de los reclamos y mucho menos ser culpada por el golpe de estado.

La actual mandataria gobernará constitucionalmente hasta el 2026 con una desaprobación del pueblo del 90 por ciento, la misma que adorna la credibilidad del Congreso desde hace ya más de 5 años.

No es nada seguro que logre llegar hasta allá puesto que entre los buitres comienzan a asomar las diferencias y a su alcance está la caricatura de constitución que permite a los legisladores limpiarse los zapatos con la institucionalidad del país.

Sin tan siquiera mirarse al espejo, estos carcamanes dramatizan delirantes ridiculeces como investigar a la presidenta porque usa relojes de lujo. Es interesante ver, cómo los “eruditos” del derecho en Perú encuentran explicación a esas rebuznantes payasadas. Con rostros de sabiduría, cuestionados por fanáticos del sensacionalismo, explican en la televisión las intríngulis legales que implican que un presidente utilice un reloj de marca Rolex y no un carabelita. Detallan los artículos del código penal que autorizan a la procuraduría fiscal a embargar la casa del presidente en busca de más Rolexs, Apple Watch y panties de marcas exclusivas de los que en París visten las estrellas de Cannes.

Dina Boluarte vendió su alma al diablo y no tomó en cuenta que cuando ese señor pasa factura no da plazos ni extensiones. Porque para él no existen favores. En su algoritmo conceptual no cuenta la “utópica tontería” llamada gratitud. Y no es que el diablo sea malo o ingrato, sino que es solo un comerciante de la más fina estirpe del capitalismo.

A la mandataria le queda ahora el trabajo de convencer al “señor de lo malo” que ella es todavía útil. Que no hay nadie dispuesto a dejarse cagar encima más que ella. No le queda más remedio, porque ya no hay quien la defienda, ni los huéspedes de San Pedro, ni los contratistas del infierno. Si no encuentra cómo ser imprescindible o al menos necesaria, terminará en el calabozo compartiendo la celda con Castillo y todas las víctimas de la repugnante cofradía política del Perú, porque así es como el diablo le paga a quien le sirve.

Editorial 1386