Por Andrés Abreu

Parte II

Los medios sociales más poderosos del mundo son propiedad de corporaciones norteamericanas, lo mismo que los medios convencionales a excepción de unos cuantos independientes.

La mayoría de los medios sociales responden a los intereses geopolíticos norteamericanos, ya sea por patriotismo o por los jugosos contratos que ofrecen el Departamento de Estado y el Pentágono.

La guerra en Ucrania fue vista en lo público como una invasión rusa a un país soberano, pero no fueron vistas de esa manera las invasiones a Iraq y Afganistán. Tampoco los asesinatos de líderes o personas importantes de otros países como fue el del general iraní Salaimani, de cuyo éxito se mofó con orgullo el secretario de Estado de la administración de Donald Trump, Mike Pompeo.

Esa cristalización tintada de observación de lo que ocurre en el mundo se fundamenta en lo “establecido e incuestionable”, como el precepto de que Estados Unidos es el país de la democracia en el mundo moderno, y los demás, son reliquias del pasado o zonas donde la barbarie no ha sido superada.

La revolución rusa de 1917 representó la amenaza para el mundo moderno, un mundo que se erigía sobre el libre comercio y la libre acumulación de capitales a expensa de los trabajadores.

El primero en manejar una poderosa propaganda contra Rusia fue Hitler. Se le vendió a Europa la idea de que la vida del continente dependía de contener la expansión de la revolución rusa. Hitler fue el líder de la lucha contra Rusia. Ocupó Stalingrado y sitió a Leningrado, hoy llamada San Petersburgo. Avanzó contra Moscú bajo el aplauso de Francia, Inglaterra y Estados Unidos. Mató a 28 millones de rusos. Pero cuando Hitler invadió Polonia, los europeos vieron que la única víctima no sería el oso polar. Entonces la propaganda de Hitler dejó de sonar por Europa y Estados Unidos y otras canciones comenzaron a escucharse.

Durante la Guerra Fría se le hizo creer a todos los norteamericanos que el comunismo era una amenaza a la paz, no a las corporaciones ni a las grandes fortunas. Que bajo ese sistema las personas eran despojadas de su bienes y asesinadas si se oponían a ello. En realidad las sociedades socialistas estaban orientadas a servir a todos los ciudadanos sin distinción, a proveerles cuidado de salud gratis, lo mismo que educación y asistencia alimenticia.

Bajo esa sarta de mentiras se persiguió a muchos intelectuales en Estados Unidos y a muchos artistas y productores de cine de Hollywood a quienes se les tildó de comunistas.

Todavía, aún terminada la Guerra Fría se sigue alimentando esa mentira para teñir del color del comunismo a los líderes políticos latinoamericanos que orientan sus ideas y administraciones hacia la justicia social. Es decir, hacia la disminución de la desigualdad social.

Hace unos 10 años un grupo de “intelectuales” pagados, publicó un libro en el que acusan a las ideas comunistas de ser responsables de la muerte de 100 millones de personas en el mundo, como si los tres millones de vietnamitas en la guerra hubieran sido víctimas del comunismo y no de las bombas norteamericanas. O si los 200 mil muertos en la invasión de Estados Unidos a Irak hubieran sido víctimas de la hoz y martillo comunista.

La continuidad de esa propaganda reactivada por Joe Biden en su guerra híbrida con Rusia y China, ha procreado especímenes peligrosos como el presidente de Argentina, Javier Milei, el expresidente norteamericano Donald Trump y su par brasileño Jair Bolsonaro, entre otros parásitos como el actual presidente de Ecuador.

Aunque los gobiernos llamados democráticos rechazan a esta clase de líderes no abandonan el temor a Rusia y a todo lo que huela a socialismo.

La poderosa máquina de mentiras Parte II