Los presidentes que vencieron a los villanos, que fueron declarados héroes de la patria, y fueron amados por las mujeres, idolatrados por los hombres y bendecidos por el cielo*

Por Andrés Abreu

Si hay una cosa que ha distinguido a las dictaduras de los regímenes democráticos, es la seguridad. Los idólatras de la dictadura de Rafael Trujillo en República Dominicana recuerdan con orgullo cómo la gente podía dormir con las puertas de su casa abiertas sin temor a ser robados.

Los seguidores de la dictadura de Augusto Pinochet en Chile, guardan en sus memorias dulces recuerdos similares. Esa seguridad la tuvieron los argentinos durante la administración de Rafael Videla y los nicaragüenses en la dictadura de Anastasio Somoza.

Pero la seguridad en esos pueblos durante esas dictaduras no era la preocupación principal, lo es ahora cuando en los regímenes democráticos se ha disparado la delincuencia.

Para esos años, la mayor preocupación de los pueblos no eran las pandillas, sino el hambre y la ausencia de libertades ciudadanas.

Las democracias trajeron derechos fundamentales a esos pueblos latinoamericanos, pero zanjaron la brecha entre pobres y ricos, entregaron las riquezas nacionales a emporios extranjeros y parieron una clase política corrupta que se enclavó legalmente en el poder con el tradicional bipartidismo.

Perú por ejemplo, tiene un gobierno democrático, un gobierno que constitucionalmente es legal, pero en esencia el pueblo es víctima de una mafia apoderada del Congreso que quita y pone presidentes a su conveniencia mediante tretas judiciales.

Alberto Fujimori ganó las elecciones de 1990 rompiendo el bipartidismo tradicional con la consigna de Cambio 90. El fracaso en el orden social y la corrupción de las administraciones que le precedieron lo distinguieron como una opción para salir del círculo vicioso en el que el establishment político mantenía al país. Fue tal el apoyo, que los partidos de izquierda se le aliaron y logró vencer por amplio margen a Mario Vargas Llosa, un escritor de fama mundial.

Perú no solamente sufría los embates de la miseria y la desigualdad social, sufría también por la violencia de las guerrillas y el ejército nacional.

La guerra de Fujimori contra la clase política tradicional llegó tan lejos, que envió el ejército al Congreso y se dio a sí mismo un golpe de estado. Con esto obligó a cambiar la estructura del poder legislativo a su favor.

Para muchos peruanos Fujimori fue el héroe que acabó con la violencia de la guerrilla trayendo seguridad a la población, por eso pudo mantenerse en el poder por 10 años.

Pero, aunque la seguridad es importante, no lo es todo. Los niveles de pobreza en la población peruana no mejoraron y las clases ricas se fueron haciendo más ricas.

El régimen de Fujimori se convirtió en una corrupta tiranía autora de horrendos crímenes de estado.

En el caso de República Dominicana, hasta la llegada de Rafael Trujillo en 1930 el país era un caos político y social, en cualquier lugar se alzaba un general y hacía una revolución. El ciclón San Zenón que devastó el país ese mismo año le dio a Trujillo la oportunidad de convertirse en el pseudónimo que él mismo se dio, “Benefactor de la Patria Nueva”.

Trujillo puso el orden en el país, incrementó exitosamente los mecanismos de seguridad, formó un ejército disciplinado y se mantuvo en el poder cambiando la constitución a su conveniencia por 30 años. En esas tres décadas estaban seguros solo los que no cuestionaban el poder del “Jefe”. Trujillo convirtió al país en una exitosa empresa capitalista, pero de su propiedad.

Actualmente en América Latina, la seguridad ciudadana ocupa una de las mayores preocupaciones y dar al traste con ésta, es una carta de triunfo electoral. Para ejemplo bastan las recientes elecciones en El Salvador.

La delincuencia es como el polvo en el río que enturbia el agua y no deja ver el fondo, pero cuando éste se posa se ven las piedras de la verdad.

Ese país lleva dos años en estado de excepción, es decir, sin garantías de derechos constitucionales. El presidente no luce ser nada tolerante con sus opositores.

Para los latinoamericanos que viven en el extranjero, la seguridad es lo más importante. Quieren visitar e invertir en su país sin temor de perder la vida. Pero para los que residen allá, hace falta una seguridad más, la social, mayores oportunidades de trabajo, leyes laborales justas y asistencia a las clases más necesitadas.

Ecuador por otro lado, enfrenta un grave problema de delincuencia, tiene un gobierno neoliberal que no es más que la secuencia de las administraciones de Lenín Moreno y Guillermo Lazo, en los que aumentó la pobreza y con ella las bandas criminales.

Ha declarado un estado de excepción para combatir la delincuencia, no se sabe si lo logrará porque Ecuador no es EL Salvador. La administración de Lenín Moreno desmanteló todos los organismos del estado de combate a la delincuencia. La población de Ecuador es tres veces mayor que la de El Salvador. Cuando Nayid Bukele se convirtió en presidente, El Salvador tenía 356 policías por cada cien mil habitantes. El actual presidente de Ecuador, Daniel Noboa, recibió un estado con apenas 301 policías por cada cien mil habitantes.

Si por una ayuda del espíritu santo llega a ser exitoso, será otro “héroe de la patria, adorado por las mujeres, idolatrado por los hombres y bendecido por el cielo”. Ecuador volverá respirar, pero los pobres seguirán igual de pobres, más seguros pero con la misma hambre.

Este título parafrasea el de un cuento de Gabriel García Márquez titulado, “Historia de un Náufrago”.

Los presidentes que vencieron a los villanos...