Un presidente no es solo un presidente

Un presidente no es solo un presidente, es el padre de una nación, el administrador del negocio de una familia de millones de personas. Es el responsable del bienestar de la economía general y en consecuencia en particular de la de millones de familias. Es al mismo tiempo el velador de la integridad y seguridad personal de todos en su nación.

Como administrador de la familia, debe velar porque cada hogar pueda disponer de los bienes imprescindibles para existir. Que los niños, semilla del futuro en ciernes, reciban la educación necesaria para sucederlo, y encontrar las soluciones a los problemas que amenazan el diario vivir. Entre estos, primordialmente los que amenazan la salud.

Un presidente no es solo un presidente, es también parte de una comunidad de países que conforman lo que llamamos mundo, y es responsable del mismo modo de que los males de otros, los del otro lado del mar o al otro lado de la frontera, no se conviertan en los males de su pueblo.

Como un ciudadano del mundo, tiene la responsabilidad de velar también por el bien de los demás, sin importar lo lejos que estén y lo diferentes que sean. Porque, hasta que se sepa, los homosapiens somos uno, bípedos implumes como decía Cortázar que tenemos un corazón muy similar, el mismo deseo de vivir y amar. La misma sensibilidad en la piel y el mismo dolor cuando perdemos lo que amamos.

Para los que piensan solamente en su bienestar y en el de los suyos, cualquiera que administre bien la empresa familiar es bueno. ¿Pero qué de los demás? Los candidatos a presidente en Estados Unidos ofrecen lo mejor para los norteamericanos y cuando logran sentarse en la oficina oval algunas veces lo hacen. Pero envían soldados a matar a otros países, construyen conflictos que generan muertes y mutilan el futuro de millones de niños de otro color que esperan un futuro mejor.

Lyndon B. Johnson, el presidente que heredó el puesto tras la muerte de Kennedy en 1963, firmó la ley de Derechos Civiles por la que había luchado y dado su vida Martin Luther King, para proteger los derechos de los ciudadanos afronorteamericanos de los Estados Unidos. Pero al mismo tiempo convirtió a Vietnam, un pueblo pobre de Indochina que apenas había podido quitarse del cuello el yugo de los amos franceses, en el peor de los infiernos. Envió a todo el poderoso ejército norteamericano a mutilar con bombas de Napal las esperanzas de millones de niños que tal vez soñaban con tener un juguete americano de baterías o una muñeca Barbie a quien vestir y peinar el dorado nilon de su pelo.

Envió a 42 mil marines a impedir que el pueblo de una media isla del Caribe, República Dominicana, labrara su propio destino solo porque no era igual al parecer estadounidense.

Tres millones de vietnamitas y tres mil dominicanos perdieron la vida por orden de un buen presidente americano.

Los seguidores de Donald Trump piensan que es un buen administrador, porque es un empresario, que puede hacer lo mejor por el país. Los argentinos que votaron por Mauricio Macri en las elecciones del 2016 pensaron lo mismo. Los que votaron por Guillermo Lasso en Ecuador tenían la misma idea; Los dominicanos reeligieron a Luis Abinader porque es rico y “no va a robar”. Los Salvadoreños lo hicieron de igual manera por Nayib Bukele, “porque puso el orden”.

Ninguno de esos grandes “administradores” y exitosos empresarios redujo los niveles de pobreza de sus países, gobernaron para su clase, la alta y la media que se quiere parecer a la alta.

La diáspora de esos países, los adoran, en especial los que viven en Estados Unidos, porque hicieron que esas naciones con nuevas luces y rascacielos se parecieran a las exóticas ciudades donde ellos habitan.

Estados Unidos quiere a esos presidentes porque no se alían con sus enemigos y hacen fácil las inversiones para la mano de obra o la extracción de materia prima.

Un país no es una empresa, la administración de un país tiene la obligación de velar por el bien de sus ciudadanos. La administración de una empresa tiene la obligación de obtener ganancias. El fin de una empresa es crecer, el de un país es el desarrollo. Un país desarrollado no es el que posee edificios más altos, más centros comerciales y más empleo, sino el que ofrece mejores condiciones de vida a sus ciudadanos: mejores salarios, mejores y alcanzables servicios de salud, es el de menor mortalidad infantil y mayores esperanzas de vida.

Un presidente no es solo un presidente. Es el líder que tiene una obligación con su pueblo y los pueblos vecinos. Es un voto en las Naciones Unidas; es parte de un conglomerado del globo terráqueo del que la otra parte del mundo espera su solidaridad, comprensión o al menos su silencio para no unirse al coro de la maldad.

Al igual que en la tierra y en el mar existe en el conglomerado de naciones una cadena alimenticia. Los peces grandes devoran a los pequeños, los felinos a los herbívoros y los países ricos a los países pobres.

Editorial: Un presidente no es solo un presidente